Durante estas dos semanas estuve bastante centrado en varios proyectos del estudio. Del 21 al 23 de julio estuve dándole forma y finalizando el vídeo de la presentación de la nueva marca de  Orpheo, que terminé y mandé a Rony para que la uniera a su parte del vídeo. Los días siguientes seguí con el diseño del desplegable, puliendo los detalles que me había indicado Ricardo, optimizando su estructura para que las circunferencias de la marca de La Torre de los Clérigos no quedara en los pliegues  y colocando donde iba a ir cada técnica, que finalmente decidimos que por coste iban  a ser impresión normal, impresión UV con relieve y la última troquelado.

Los últimos días de trabajo también estuve con el diseño del sello, afinando tanto el concepto como la propuesta final, aparte de dedicarme a aplicar los últimos cambios al desplegable. Y el 30 de julio, en mi último día de trabajo en el estudio, preparé toda la documentación para el programa Erasmus +, pasé los archivos finales al sistema del estudio y me despedí de los compañeros con los que había compartido este mes de trabajo.

Aunque el curro estuvo intenso, también tuve mis buenos ratos en mis horas libres. Del 21 al 23, fueron más normales: levantarme, trabajar, gimnasio, cenar y dormir. Pero el jueves 24 me dio por probar una barbería que hay debajo del estudio, y fue un acierto total. Conocí a Thiago, un barbero muy profesional, que me cayó de lujo. Dejándome un corte brasileño, con lavado de pelo incluido, mientras nos echábamos unas risas.

El último finde semana fue intenso, el viernes a la noche en la residencia salió un plan improvisado de salir de fiesta. Nos fuimos a la zona de bares, tomamos cervezas, caipiriñas y volvimos a casa a las cinco de la mañana, muy cansados pero felices. El sábado fue la inauguración de Orpheo y fue una auténtica locura: cócteles, vino de Oporto, tabla de embutidos, frutas, vieiras, un photocall con impresora instantánea… ¡UNA FIESTA BRUTAL! Todo con la nueva marca que diseñamos y creamos desde el estudio Ricardo Daniel.

El domingo, aproveché y me escapé a conocer Coimbra. Me levanté pronto, y aunque perdí el primer bus por culpa de un fallo en la estación, conseguí coger otro de dos plantas un rato después. Al llegar, pillé el mapa desde un enlace digital, me tomé un café y me monté mi ruta. Visité el jardín botánico, la Fuente de las Lágrimas, el puente, las universidades… Y después, cansado de tanta cuesta, pillé un Bolt hasta la estación y me volví a casa.

Los cuatro últimos días de mi viaje a Oporto fueron algo sentimentales, ya que estuvieron llenos de despedidas. El lunes 28 por la noche me fui con Jordan, un excompañero y antiguo director artístico del estudio, a cenar unos burritos en casa de Rony. La sorpresa fue que también apareció Margarita, otra excompañera que se dedicaba en el estudio a las redes sociales. Estuvimos de risas, cervezas y acabamos en el mirador de Virtudes hablando hasta las 12. Jordan y yo nos fuimos caminando hasta São Bento, recordando lo que nos echábamos de menos después de un año sin vernos.

El martes 30 fue mi último día en el estudio. Después del trabajo, por la noche, cené con los compis de la residencia en la zona común, nos despedimos como se merece, y luego me fui a recoger las cosas y organizar todo para el día siguiente.

Y por fin había llegado el momento de dejar la residencia. Me levanté y desayuné con Santi, un amigo argentino a modo de despedida. Terminé de recoger, hice el check-out de la residencia y me fui con un Bolt a casa de Rony, que me había ofrecido quedarme ese día allí. Por la tarde fuimos a un mirador oculto cerca del Jardín do Morro, apartado y  tranquilo, y ya en casa preparé tres tortillas para cenar con él y su compi de piso. Después preparé la comida para el viaje, me duché, y a la una de la madrugada me fui a la estación en taxi, ya que era mucho peso para ir en metro. Fue un viaje por todo Oporto que me hizo recordar un montón de momentos y aprendizajes del mes.


El 1 de agosto, después de tomar el autobús a las 4 de la madrugada, pasé todo el día viajando. Hice escala en Lisboa, Madrid y Zaragoza, hasta que finalmente llegué a casa alrededor de las once de la noche. Fue un viaje largo, sí, pero volvía con la mente y el corazón llenos de recuerdos y aprendizajes. Participar en un Erasmus+ es una experiencia que transforma, que te cambia la forma de ver el mundo. No es algo que se pueda explicar del todo con palabras: hay que vivirlo. Si estás dudando, si te lo estás pensando, te animo con todo el corazón a que te lances. Es el momento ideal para descubrir otro país, sumergirte en una nueva cultura, probar sabores diferentes, crear amistades inolvidables… y sobre todo, para descubrirte a ti mismo.

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