Junio ha marcado el inicio del final de esta experiencia que me ha transformado profundamente. A tan solo un mes de cerrar este capítulo, la intensidad con la que se viven los días se ha multiplicado. Aunque el tiempo escasea por la cantidad de tareas y proyectos académicos que debo entregar, intento aprovechar cada pequeño instante para recargar energías y seguir conectada con todo lo que me rodea. Los fines de semana se han convertido en una pausa necesaria: salidas con amigos bajo la sombra de los árboles, música, comida rica y conversaciones profundas entre amigos. Cada encuentro, por breve que sea, tiene un valor especial. También he visitado el mercadillo local, ese lugar lleno de objetos curiosos y únicos, donde puedes encontrar desde ropa vintage hasta antigüedades insospechadas, todo a precios sorprendentemente bajos. Frida, mi compañera de aventuras, adora perderse entre sus puestos. Esta rutina, aunque breve, me ayuda a mantener el equilibrio mental mientras se acercan los exámenes finales, previstos para finales de mes, y la presión académica se hace cada vez más palpable.

En medio de esta rutina intensa, Sarajevo celebró el mes del Orgullo con una presencia y seguridad que me impactaron profundamente. Nunca había sido testigo de una movilización tan fuerte para garantizar la seguridad de una marcha LGBT+: helicópteros sobrevolando la ciudad, agentes patrullando en cada esquina y hasta unidades caninas. Me sorprendió especialmente que, al llegar tarde a la fiesta organizada, el acceso al recinto estuviera completamente controlado: solo se permitía la entrada a personas identificadas como parte de la comunidad o acompañadas del grupo oficial. El espacio estaba completamente cercado por vallas y custodiado por la policía. Aunque al principio me desconcertó, comprendí que este nivel de protección respondía a una historia local de luchas y reivindicaciones que aún se viven con intensidad. Fue una experiencia potente, que me hizo reflexionar sobre el contraste entre el ambiente festivo y la realidad social que lo envuelve.

A pesar del cansancio acumulado y la proximidad del cierre del semestre, he seguido compartiendo momentos con el grupo de estudiantes Erasmus +. Una salida con algunos de ellos fue suficiente para recordar lo especial que es esta comunidad. Las conversaciones giran siempre en torno a anécdotas, datos curiosos, algún que otro cotilleo y las historias que se van entrelazando entre personas de distintas partes de Europa. Es fascinante cómo, en tan poco tiempo, se pueden construir lazos tan fuertes con personas que hace solo unos meses eran desconocidas. Al mismo tiempo, la tristeza empieza a colarse en el ambiente: algunos compañeros ya han comenzado a regresar a sus países, lo que marca el inicio de las despedidas. Esto nos impulsa a los que aún estamos aquí, a valorar aún más cada momento compartido, conscientes de que el tiempo se agota.

Uno de los eventos más memorables de estas semanas fue, sin duda, la gala organizada por ESN. Fue una noche llena de emoción, risas y bailes, en la que se premiaron distintas categorías entre los estudiantes. Para mi sorpresa —y entre muchas bromas— fui nominada en la categoría de “rompe corazones”, junto a otras dos personas. No gané, pero el solo hecho de estar allí, compartiendo esa noche con tanta gente, fue motivo de celebración. Después de la ceremonia, la fiesta continuó en otro lugar y tuve la oportunidad de reencontrarme con rostros que apenas había visto una o dos veces, y con otros a los que no veía desde los primeros días de esta aventura. Fue una especie de repaso involuntario de todo lo vivido, como si el tiempo quisiera compactarse antes de llegar al final.

Y cuando pensaba que no había espacio para más sorpresas, Frida propuso una escapada inesperada a Croacia. Acepté sin dudar, y fue una de las decisiones más acertadas del semestre. El viaje en tren duró unas tres horas, atravesando paisajes montañosos y túneles que parecían sacados de una película. Al llegar, nos encontramos con un lugar casi desierto, de belleza serena, donde el agua era tan cristalina que podíamos ver el fondo con total claridad. Pasamos todo el día en la playa, desconectando por completo de las preocupaciones académicas y cargando energías para lo que viene: las presentaciones de los proyectos, las exposiciones y los últimos días de esta experiencia única.

Ahora, con solo 25 días por delante, me inunda una mezcla de emociones difíciles de explicar. Sarajevo ya no es solo un destino en el mapa, sino un pedazo de vida que me llevo conmigo. El tiempo se acelera, y con él, la conciencia de que esta etapa está llegando a su fin. Pero todavía quedan momentos por vivir, despedidas que honrar y aprendizajes que cerrar. Nos vemos en la próxima —y última— entrada.

Scroll al inicio