El día comenzó con un desayuno compartido en una pequeña cafetería justo enfrente de la universidad. Esta vez, por fin, estábamos los cuatro profesores juntos: los dos compañeros madrileños habían llegado la noche anterior, y la mesa se llenó de conversaciones cruzadas, cafés humeantes y planes para el día.

Nuestra primera parada fue de nuevo la oficina de Tea Gergedava, que nos recibió con la misma calidez del día anterior. La reunión tomó un cariz distinto: además de resolver nuevas cuestiones burocráticas, tuvimos un rato largo y distendido para hablar de experiencias en el extranjero, de nuestras familias y de planes de futuro. Fue uno de esos encuentros que se sienten más como una charla entre amigos que como un trámite institucional.

Después, nos dirigimos a la Academia Estatal de Arte de Tbilisi, un verdadero tesoro oculto de la ciudad. El edificio, con sus pasillos llenos de obras de estudiantes y antiguos maestros, respira creatividad en cada rincón. Las paredes son una mezcla viva de tradición y experimentación, donde conviven lienzos clásicos y esculturas contemporáneas con instalaciones multimedia y proyectos digitales que sorprenden a cada paso. La Facultad de Bellas Artes de Tiflis reúne de manera excepcional elementos europeos e iraníes gracias a la decoración Qajar original traída directamente desde Irán. Los Mirror Halls son un espectáculo visual: una mezcla de espejos, estuco, vidrieras, miniaturas y muqarnas que, al reflejar la luz, envuelven al visitante en un ambiente deslumbrante, lleno de historia y simbolismo. Está abierto al público como museo, y cuando algo se deteriora, el alumnado de Restauración de bienes culturales se encarga de devolver a su plenitud cada pieza.

Allí nos recibieron el rector y la vicerrectora, que nos dedicaron una conversación llena de ideas y sonrisas. Hablamos de procesos y planes educativos, de cómo se forma a los futuros artistas, de distintos enfoques para desarrollar su talento. Entre anécdotas divertidas y ejemplos inspiradores, la sensación era la de estar en casa, rodeados de personas que comparten la misma pasión por el arte y la enseñanza.

La jornada fue larga. Después de la reunión con el rector y la vicerrectora, nos dividimos para encontrarnos con el profesorado de nuestros respectivos ámbitos. A mí me acompañaron a la sección de Arte y Tecnología, donde conocí a Nana, la jefa de departamento. Una mujer entrañable, con una sabiduría que solo da la experiencia, pero con una energía juvenil y una apertura al mundo que me cautivaron.

Nuestra charla fue profunda y variada: desde intereses comunes y proyectos personales que le mostré, hasta ideas para futuras colaboraciones. Y entonces, la sorpresa: Nana me propuso volver a Tbilisi para una estancia más larga. Incluso me ofreció hacer mi tesis doctoral con ella. Yo, halagada hasta el alma, apenas podía articular una respuesta coherente. Si el compromiso de tiempo me parecía excesivo, también me abrió la puerta a un máster en Animación 2D, en el que ella misma imparte clases y participa en proyectos internacionales. Salí de allí con una mezcla de orgullo, gratitud y una ilusión nueva que me acompañará mucho tiempo.

La tarde, ya casi noche, no trajo más visitas ni turismo. Me quedé en casa, conectando con mi psicóloga para mi sesión de terapia online. Fue un momento necesario, un ancla en medio de tantas emociones y cambios. Después, me regalé un rato de meditación en silencio, reflexionando sobre lo que estos días me estaban enseñando: que a veces la vida abre puertas que no sabíamos que existían, y que lo único que debemos hacer es tener el valor de cruzarlas.

Esa noche dormí con una certeza tranquila: Tbilisi me está dejando huellas que no se borrarán. 🌙💭

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