Mi aventura Erasmus+ en Tbilisi comenzó el pasado 25 de julio, y desde entonces no he dejado de descubrir, asombrarme y dejarme llevar por el carácter único de la capital georgiana. Antes de comenzar con mi labor docente, decidí dedicar los primeros días a caminar, observar y sumergirme de lleno en el ritmo cotidiano de la ciudad. Y no pude haber elegido mejor.

Me estoy alojando en un pequeño apartamento en Lado Asatiani, una zona con mucho encanto, alejada del turismo convencional y perfecta para integrarse con la gente local. El apartamento, aunque modesto, es cálido y acogedor. Desde el primer día, me he sentido arropada por el entorno. Las vecinas del edificio han sido especialmente amables: siempre atentas, sonrientes y dispuestas a compartir alguna anécdota o historia del barrio. Cada rincón en esta zona parece guardar un misterio; es un lugar lleno de secretos por descubrir.

El barrio en el que vivo, al igual que gran parte del casco antiguo de Tbilisi, sorprende por su belleza desgastada. Los edificios antiguos, muchos de ellos deteriorados por el tiempo, conservan una calidez que no necesita restauración para impresionar. Es un tipo de belleza muy distinta a la que se puede encontrar en la arquitectura española o europea, pero con un magnetismo propio que deja a cualquiera maravillado.

Durante mis dos primeros días, he recorrido a pie las calles más escondidas y ruinosas del casco antiguo. Calles empedradas, balcones colgantes, fachadas torcidas y desgastadas, y patios solitarios. Aunque muchas zonas muestran las huellas de conflictos y desastres naturales, el conjunto transmite una fuerza, resistencia y autenticidad difícil de explicar.

Otro de los aspectos que más me ha llamado la atención ha sido la hospitalidad del pueblo georgiano. Las personas que he ido conociendo muestran una calidez extraordinaria. Muchos georgianos, al saber que vengo del País Vasco, mencionan con entusiasmo una teoría que sugiere un posible vínculo ancestral entre ambas culturas. Esta conexión inesperada ha dado pie a conversaciones muy enriquecedoras y una acogida especialmente afectuosa.

Después de tanto caminar, mi cuerpo también pidió una pausa: por eso, ayer decidí entrenar y relajarme en el Fit Club at the Art House, un espacio moderno, amplio y muy bien cuidado. Disfruté de un rato de ejercicio y un baño reparador en un entorno de auténtico lujo. Un descanso perfecto tras tantas emociones.

Esta primera etapa de mi estancia en Georgia ha sido intensa y profundamente inspiradora. Tbilisi se me ha revelado como una ciudad llena de contrastes, donde la decadencia y la belleza conviven, y donde cada día trae una sorpresa nueva. A partir de mañana, comenzaré mi labor como profesora Erasmus +, pero eso será parte de la próxima entrada. ¡Nos vemos!