Comencé mi día tomando un café en la Plaza Taiwan, justo frente a mi apartamento. Aquí, manejar la moneda local es imprescindible, ya que a veces no aceptan tarjetas de crédito. Me vi obligado a buscar un cajero, pero una vez más, la amabilidad de la gente de Tirana me sorprendió. Confiaron en mí para ir a buscar cambio y volver más tarde para pagar mi café, ya que no aceptaban tarjeta.

Después, visité Bunk’Art, un museo subterráneo ubicado en un antiguo búnker construido durante la era comunista en Albania.

Las fotografías y artefactos ofrecían una visión fascinante de la historia y la vida durante ese período en el país. Estos búnkers, unas 7000 estructuras construidas bajo el régimen de Enver Hoxha, se encuentran dispersos por toda la ciudad y forman parte del paisaje urbano, con su aspecto de cúpulas metálicas sobresaliendo del suelo en parques o aceras en cualquier rincón.

Luego, fui a comer a Oda Garden, un restaurante popular que, aunque generalmente requiere reserva, pudo hacerme un hueco de manera improvisada. El plato que más me gustó consistía en hojas de parra rellenas de carne. La comida albanesa es peculiar, muy diferente de la española, pero deliciosa y saludable.

El cansancio de los días pasados empezaba a hacerse notar, así que decidí acabar el día más temprano para poder reponerme. Al día siguiente nos encontraríamos con nuestros nuevos amigos para recoger los documentos firmados y despedirnos.

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