El miércoles teníamos una cita en la Facultad de Artes a las 10 de la mañana. En la entrada del centro, tres alumnas del grado de diseño de moda nos acompañaron al Castillo de Tirana, una zona turística llena de restaurantes y puestos de artesanía. En este pintoresco lugar, la Universidad de Artes había dispuesto un espacio donde los alumnos de moda exhibían sus creaciones y trabajaban frente a los transeúntes. Muchos se detenían para admirar y comprar sus obras. Yo mismo adquirí algunos de sus bellos trabajos, tanto para apoyar sus carreras como para llevarme recuerdos de este viaje.

Tomamos café con su profesor, un hombre sociable y talentoso que además de enseñar arte textil también hacía cine. Tuvimos interesantes conversaciones y establecimos conexiones para futuros programas de intercambio e iniciativas transversales.

Por la tarde, tras una comida improvisada en un puesto de la ciudad, me dirigí a la Plaza Skanderbeg, el corazón de Tirana. En el centro de la plaza se alza una estatua ecuestre de Skanderbeg, un héroe nacional albanés. Luego caminé por la calle Ismail Qemali, la avenida principal, llena de terrazas con un ambiente vibrante que rivaliza con la vida social española. Me detuve en algunas tiendas para comprar recuerdos y productos locales.

Mi siguiente parada fue la Galería Nacional de Arte (Galeria Kombëtare e Arteve), ubicada cerca de la Universidad de las Artes. Pasé un buen rato explorando las diferentes exposiciones y disfrutando del talento artístico albanés.

Después de la galería, decidí subir a la Torre del Reloj de Tirana, una icónica estructura que ofrece una vista panorámica de la ciudad y sus alrededores. Las vistas desde arriba son espectaculares.

Cansado pero satisfecho, volví a casa para terminar el día, reflexionando sobre la riqueza cultural y la creatividad que había encontrado en cada rincón de Tirana.

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