Después de varios días intensos de reuniones, descubrimientos y emociones, decidí regalarme un día de descanso. El destino elegido fue el Fabrika Hostel, un lugar muy especial en Tbilisi. Más que un simple hostel, Fabrika es un espacio cultural y creativo, un punto de encuentro para viajeros, artistas y locales. El edificio, una antigua fábrica soviética reconvertida, conserva su aire industrial con murales coloridos, patios llenos de vida y cafeterías que invitan a perder la noción del tiempo.
Allí almorcé tranquilamente, disfrutando del ambiente cosmopolita y relajado, y después me di un paseo por el complejo, entre tiendas de diseño, talleres de artesanía y rincones que parecen estar hechos para inspirar. Fue un paréntesis perfecto en medio del ritmo de la ciudad.
Por la tarde, cambié completamente de escenario: me esperaba un entrenamiento de jiujitsu brasileño con nada menos que Giorgi Oboladze, campeón mundial de BJJ. La sesión fue intensa y exigente, pero también muy enriquecedora. Entrenar con alguien de su nivel es una experiencia única: aprendes técnica, disciplina y, sobre todo, humildad. Salí del tatami agotada, pero con la satisfacción de haber vivido algo extraordinario.

La noche la cerré de la manera más simple y reconfortante: una cena en la zona más Tbilisiana posible y, poco después, a dormir, ya que a veces, el descanso más verdadero es precisamente ese: dejar que las cosas fluyan, agradecer lo vivido y regalarse un sueño tranquilo. 🌙✨
Los últimos dos días en Tbilisi fueron un regalo distinto: sin prisas, sin obligaciones académicas, solo dedicados a mí misma y a todo lo que la ciudad y sus alrededores me ofrecían.
Cada mañana la comenzaba con entrenamientos de Brazilian Jiujitsu junto a Giorgi Oboladze en la Gladius Fight Academy. No hay mejor manera de empezar el día que midiendo la fuerza del cuerpo y la disciplina de la mente en el tatami. Giorgi, con su humildad y entrega pese a ser campeón mundial, hizo de cada clase una lección no solo deportiva, sino también de vida.

Otro de los momentos más especiales fue visitar las termas de agua sulfurosa, donde el tiempo parecía detenerse entre vapor, silencio y piedra antigua. Allí me regalé horas de descanso y de introspección: el agua cálida no solo relajaba el cuerpo, también despejaba la mente, abriendo espacio para meditar sobre todo lo vivido en este viaje.
Hubo también lugar para la naturaleza. Pasé un par de días en el Palomino Ranch, a unos 40 km de la capital.
La experiencia fue como un viaje atrás en el tiempo: participar en tareas de campo, respirar aire puro, convivir con animales y, sobre todo, volver a montar a caballo después de tantos años. Galopar entre paisajes abiertos me conectó con mi infancia, con ese amor sencillo y profundo por la vida en el campo, por el cuidado de los animales y por la naturaleza como maestra silenciosa. Fue, sin duda, uno de los recuerdos más valiosos de esta estancia.

Mi último día en Tbilisi lo reservé para despedirme de mis compañeros de Erasmus y estar con mis vecinas y vecinos, esas personas que, sin proponérselo, me hicieron sentir parte de una familia.
Fue una jornada de comida casera, risas, brindis y promesas de reencuentro. La hospitalidad georgiana, cálida y auténtica, se despidió de mí de la mejor manera posible: haciéndome sentir en casa lejos de casa.
Me voy con la certeza de que volveré pronto. Este viaje no ha sido un simple paréntesis Erasmus+, sino el inicio de un camino nuevo, tanto profesional como personal.
Georgia me ha mostrado que siempre hay horizontes por explorar, y que cuando el corazón late con ilusión, el regreso es solo cuestión de tiempo. ❤️