Gamarjoba!

Mi segundo día oficial en Tbilisi comenzó con un desayuno en la cafetería Etude, cafetería de confianza desde el primer día. Café, zumo de naranja, y unos dulces para mis vecinos, que me han acogido como a una más del edificio y me han abierto las puertas de su casa.

Después de desayunar, tuve una cita muy especial: la visita a la jefatura y dirección de la Ivane Javakhishvili Tbilisi State University. Allí nos esperaba Tea Gergedava, jefa de la universidad, que nos recibió con una sonrisa amplia y una amabilidad que te hace sentir en casa al instante. Susana, mi compañera catalana y yo fuimos las afortunadas en asistir, ya que nuestros otros dos compañeros madrileños todavía estaban atrapados en el caos aéreo y llegarían al día siguiente.

Tea nos explicó con detalle el funcionamiento de los planes de estudios en Georgia y, entre charla y charla, confesó con orgullo que la Tbilisi State Academy of Arts es considerada la academia de Bellas Artes más prestigiosa de todo el Cáucaso. Sus palabras no solo resolvieron muchas de nuestras dudas burocráticas para futuras colaboraciones entre nuestras Escuelas de Arte y la universidad, sino que también nos abrieron la mente a nuevas posibilidades de intercambio para estudiantes y docentes.

Tras la reunión, llegó el momento de recorrer el edificio principal de la universidad. Por fuera, impone con su arquitectura de estilo neoclásico, columnas majestuosas y una escalinata amplia que parece invitarte a entrar a otro tiempo. Por dentro, los pasillos altos y luminosos, el suelo de madera crujiente y las aulas adornadas con retratos de académicos ilustres transmiten una mezcla de solemnidad y orgullo intelectual. En los alrededores, pequeños cafés y librerías universitarias completan el ambiente cultural que se respira a cada paso.

Con el estómago ya pidiendo atención, Susana y yo nos adentramos en el centro para buscar un lugar donde comer. Terminamos en el restaurante Bruno de cocina georgiana, donde cada bocado era un abrazo al alma: khachapuri recién hecho, khinkali jugosos y una ensalada de tomates locales que sabía al mismísimo verano. La gastronomía aquí es pura poesía: generosa, intensa y con ese punto casero que te hace pensar que alguien cocinó para ti con cariño.

Por la tarde, decidí seguir explorando en solitario y me dirigí a uno de los lugares más pintorescos de la ciudad: el Teatro de las Marionetas de Rezo Gabriadze. Esta joya, con su torre inclinada y reloj de cuento, parece salida de un universo paralelo. En su interior, pequeño y acogedor, se combinan madera tallada, telas antiguas y una atmósfera íntima que explica por qué es tan famoso: cada función es una experiencia artística delicada y profundamente humana.

Regresé caminando a casa. Una de las cosas que más me gusta de Tbilisi es que, en realidad, no es tan grande: en una hora a pie puedes atravesar buena parte de la ciudad. Al llegar a mi barrio, terminé la jornada en un pequeño bar justo enfrente de mi apartamento, el Sma Craft Beer Bar, un rincón frecuentado por extranjeros que, como yo, vinieron y se quedaron. Era un bar Erasmus total: risas, intercambio de idiomas y mucha complicidad.

La noche terminó con algo que no había planeado: un mini concierto improvisado al piano. Toqué canciones tradicionales vascas, y mi pequeño público —atento, agradecido y maravillado— me regaló aplausos y sonrisas que llevaré siempre conmigo.

Ghame mshvidobisa, Tbilisi. 🌙❤️

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