Julio arrancó con intensidad y sentimientos encontrados: marcaba el comienzo del último mes de esta experiencia increíble en Sarajevo. Saber que los días estaban contados le dio un valor distinto a cada momento. Las emociones fluctuaban entre la nostalgia anticipada y las ganas de vivirlo todo hasta el último segundo.
Durante la primera semana, el ritmo fue exigente. Entre exámenes finales y la preparación de los trabajos que debíamos presentar en las semanas siguientes, los días parecían cortos. Aun así, encontré tiempo para alguna que otra salida con amigos, una cita inesperada y, sobre todo, para saborear cada instante de los 25 días que me quedaban en esta ciudad que tanto me había dado.

Antes de retomar la rutina académica, hice una escapada que no olvidaré. Fui invitada a un festival de música en Mostar, una ciudad fascinante al sur de Bosnia y Herzegovina, conocida por su impresionante puente otomano del siglo XVI, el Stari Most. Durante tres días, la ciudad vibró con conciertos al aire libre, gente de distintos rincones del país y una energía que llenaba sus callejuelas empedradas.
Al terminar el festival, decidimos improvisar un viaje de dos días a Neum, la única salida de Bosnia al mar Adriático. Sus playas, aunque estrechas y rocosas, nos recibieron con aguas transparentes y cálidas. Eso sí, aprendimos que hay que tener cuidado con los erizos de mar: dos personas del grupo los pisaron nada más entrar al agua. Por suerte, no fue nada grave. Fueron días bajo el sol, entre risas, baños y desconexión total. Al mediodía del segundo día, regresamos a Sarajevo con la piel dorada y el alma recargada.

En la segunda semana, todo se centró en lo académico. Presentamos los proyectos en los que habíamos estado trabajando durante el semestre, y participamos en la semana de puertas abiertas de la academia. Fue bonito ver el trabajo de mis compañeros —tanto los de este curso como los de semestres anteriores— y compartir nuestras creaciones con el público. Sorprendentemente, esa semana llovió en pleno julio, algo que nadie esperaba. Pero tras tantos días de calor intenso, fue casi un regalo.
Además, esta semana marcó otro cambio importante: me mudé a vivir con una familia bosnia. Fue una mudanza rápida, en medio de toda la actividad, pero el cambio de entorno me abrió una nueva dimensión de la experiencia.

Ya en la tercera semana, empecé a ver con claridad todo lo que esta experiencia me había dado. Me sentía profundamente agradecida por los amigos que había hecho y por poder vivir de cerca la vida cotidiana de una familia local. Desde los platos caseros —como el burek, el ćevapi o el sogan-dolma— hasta las conversaciones a la hora del café, todo era aprendizaje. Uno de los momentos más impactantes fue hablar con ellos sobre la guerra de Bosnia; me sorprendió lo poco que se habla de este conflicto fuera del país, a pesar de lo reciente y profundo que fue para quienes lo vivieron.
Esta semana también tuvo un cierre importante: mi último examen. Para celebrarlo, volvimos a Mostar con algunos amigos. Caminamos por sus calles una vez más, y tuve la suerte de presenciar algo muy especial: un joven lanzándose desde el Stari Most al río Neretva, una tradición de gran valentía y orgullo local. Fue un momento lleno de simbolismo que cerró la semana, y quizá también una etapa, con emoción y belleza.

Esta experiencia ha sido, sin duda, una verdadera pasada. Intensa, completa, enriquecedora y profundamente transformadora, tanto a nivel personal como académico. Haber tenido la oportunidad de cursar parte de mis estudios en Sarajevo, conocer otra cultura desde dentro y convivir con personas tan generosas y auténticas ha sido un regalo inmenso.
A todos los estudiantes de la EASDi que estén valorando participar en movilidades en el futuro, solo puedo decirles que se animen sin dudarlo. Sí, requiere esfuerzo compaginar las asignaturas de ambos países, adaptarse a nuevos métodos y culturas, y mantener el ritmo académico, pero merece totalmente la pena. Lo que ganas no se puede medir solo en créditos: se mide en vivencias, amistades, aprendizajes y una mirada mucho más amplia del mundo y de uno mismo.
Ojalá muchos más se animen a vivir esta aventura. Yo la repetiría sin pensarlo.